Breve biografía
Nació en 1858 en Strasbourg, Francia, de una familia de la alta aristocracia, con seis años pierde a sus padres, quedando él y su hermana al cuidado de sus abuelos.
En su juventud ingresa al servicio militar, de donde es echado por mala conducta. Se dedicó después al estudio del hebreo y árabe, haciendo también varias expediciones científicas realizando distintos trabajos por las zonas de Marruecos, Argelia y Túnez.
En aquellos viajes le impresionaba fuertemente la fe de los islámicos, viendo como se comprometían y vivían fuertemente su Fe. Le hace entonces pensar: «Dios mío, si existes, haz que te conozca»
Regresa a Francia en 1886, acogido por su familia, y empieza a tratar con el p. Huvelin, quien lo encamina y ayuda a que Carlos descubra verdaderamente a Dios. Él mismo expresaría tiempo más tarde: «Enseguida que comprendí que existía un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que de vivir sólo para Él».
Tiempo después peregrina a Tierra Santa, donde tiene lugar su descubrimiento vocacional. Ingresa en el Monasterio Trapense y más tarde vive una vida eremítica en el jardín de las Clarisas de Nazaret. Más adelante se ordenará sacerdote en Francia en 1901. Se va a vivir a Marruecos, con intención de predicar el Evangelio, trabajando con esclavos y evangelizando a los Tauregs.
Se dedicó a escribir libros sobre ellos y tradujo el Evangelio a su lenguaje. Se gana su respeto y cariño gracias a su forma de ser, cercana y atenta.
Funda en 1909 la Unión de Hermanos del Sagrado Corazón para evangelizar las colonias que Francia tenía en África.
Finalmente es asesinado el 1° de diciembre de 1916 de un disparo, debido a una revuelta contra los franceses.
Su atrayente y profunda espiritualidad inspiró 10 congregaciones y 8 asociaciones espirituales.
Benedicto XVI lo beatificó en 2005.
«Pregúntate en cada cosa: "¿Qué habría hecho el Señor?", y hazlo.
Es tu única regla, la regla absoluta»
Oración del Abandono
Padre mío, me abandono a ti, haz de mí lo que quieras. Lo que hagas en mí, te lo agradezco. Estoy dispuesto a todo y lo acepto todo con tal que tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Dios mío, pongo mi vida en tus manos, te la doy con todo el amor de mi corazón porque te amo, y porque para mí amarte es darme, entregarme sin medida en tus manos con la confianza infinita de que tú eres mi Padre. Amén
«Odiarán el mal, pero este odio jamás les impedirá amar a los hombres:
llevándolos en su corazón, hasta los más perversos, como el Corazón de Jesús»