31 de diciembre de 2021

¡Feliz y bendecido 2022!

Queridos hermanos,
Les deseamos un feliz y bendecido 2022, en el que caminemos de la mano de nuestra Madre, la Santísima Virgen María, al encuentro con el Corazón de Jesús. En este primer día del año que celebramos a María en el misterio de su Maternidad Divina, María, Madre de Dios, le pedimos a ella que nos tome en sus manos y nos conduzca a amar más y mejor a Jesús.

Para iniciar el año los invitamos a hacer la siguiente dinámica, muy difundida hoy en día en la Iglesia, de tomar un santo como compañero para el año que comienza. Esta costumbre la practicaban muchos santos, como santa Faustina y también se tiene en Medjugorje y en muchas comunidades y movimientos eclesiales.

Consiste en colocar en una cesta nombres de santos con frases (que pueden descargar aquí o haciendo click en la imagen) y en familia, luego de invocar al Espíritu Santo, pasar a la cesta y que cada uno tome un papelito. El santo que a cada uno le toque será quien te acompañará con su intercesión durante todo el año. A su vez, nosotros nos esforzaremos por leer su biografía, sus escritos y diariamente rezarle alguna oración pidiendo su protección. ¡Es una gran forma de crecer en la comunión de los santos!

Les dejamos en esta imagen el pdf que podrán descargar para tener la lista con los nombres de varios santos, textos suyos, una intención y la imagen del mismo.


25 de diciembre de 2021

Mensajes del 25 de diciembre 2021


 Mensaje anual de la Virgen María Reina de la Paz del 25 de diciembre de 2021
 por medio de Jakov

En la última aparición diaria del 12 de septiembre de 1998, la Virgen le dijo a Jakov Čolo que tendría una aparición cada año, el 25 de diciembre. Así ha ocurrido también este año. La Virgen vino con el Niño Jesús en brazos. La aparición comenzó a las 14:25, y duró 9 minutos. La Virgen vino con el Niño Jesús en brazos. La Virgen dirigió el siguiente mensaje a través de Jakov:

¡Queridos hijos!, ustedes son y se llaman ‘hijos de Dios’. Si tan solo sus corazones sintieran el inmenso amor que Dios tiene por ustedes, sus corazones lo adorarían y agradecerían en cada instante de su vida. Por eso, hijitos, hoy, en este Día de gracia, abran sus corazones y pidan al Señor el don de la fe, para que puedan ser verdaderamente dignos del nombre de ‘hijos de Dios’, quienes con corazones puros agradecen y honran a su Padre Celestial. Estoy con ustedes y los bendigo con mi bendición maternal. ¡Gracias por haber respondido mi llamado!”.

 Mensaje mensual de la Virgen María Reina de la Paz del 25 de diciembre de 2021
 por medio de Marija

"¡Queridos hijos! Hoy les traigo a mi Hijo Jesús para que Él les dé su paz. Hijitos, sin paz no tienen futuro ni bendición, por lo tanto, regresen a la oración porque el fruto de la oración es la alegría y la fe, sin las cuales no pueden vivir. La bendición de hoy que les damos, llévenla a sus familias y enriquezcan a todos quienes encuentran, para que puedan sentir la gracia que ustedes reciben. ¡Gracias por haber respondido mi llamado!"



23 de diciembre de 2021

¡Feliz y Santa Navidad 2021!

 

¡Les deseamos una feliz y santa Navidad! 
Que el Niño Jesús. llene nuestros corazones de gozo y paz, la Vida nueva que Él viene a traer.
¡Dios los bendiga!
Centro María Reina de la Paz - Argentina

18 de diciembre de 2021

Reflexión de Adviento (IV Domingo de Adviento)

A la luz del Evangelio de los Domingos de Adviento, los invitamos a tomar un tiempo para la lectura orante de la Palabra de Dios y dejarnos conducir por un texto específico cada semana. 

Evangelio del IV Domingo de Adviento (19 de diciembre 2021, Ciclo C)
Lucas 1, 26-38

En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. 
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: “¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.” 
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. 
Pero el Ángel le dijo: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.” María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?” 
El Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.” 
María dijo entonces: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.” Y el Ángel se alejó. 

Reflexión
(San  Juan Pablo II, Ángelus 22 de diciembre 1996)


Hoy, cuarto domingo de Adviento, la liturgia nos prepara para la Navidad, ya inminente, invitándonos a meditar en el evangelio de la Anunciación. Se trata de la conocida escena, representada también por célebres artistas, en la que el ángel Gabriel manifiesta a María el plan divino de la Encarnación: «Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Lc 1, 31; cf. Mt 1, 21 y 25).

El nombre de Jesús, con el que Cristo era llamado en su familia y por sus amigos en Nazaret, exaltado por las multitudes e invocado por los enfermos en los años de su ministerio público, evoca su identidad y su misión de Salvador. En efecto, Jesús significa: «Dios salva». Nombre bendito, que se reveló también signo de contradicción, y acabó escrito en la cruz, dentro de la motivación de la condena a muerte (cf. Jn 19, 19). Pero este nombre, en el sacrificio supremo del Calvario resplandeció como nombre de vida, en el que Dios ofrece a todos los hombres la gracia de la reconciliación y de la paz.

En este nombre la Iglesia encuentra todo su bien, lo invoca sin cesar y lo anuncia con un ardor siempre nuevo. Como dice el Catecismo de la Iglesia católica, «el nombre de Jesús significa que el nombre mismo de Dios está presente en la persona de su Hijo hecho hombre para la redención universal y definitiva de los pecados» (n. 432). Este nombre divino es el único que trae la salvación, porque «no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hch 4, 12). Jesús mismo nos indica el poder salvífico de su nombre, cuando nos da esta consoladora certeza: «lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará» (Jn 16, 23). Así, quien invoca con fe el nombre de Jesús, puede hacer una experiencia semejante a la que señala el evangelista Lucas, cuando refiere que la multitud procuraba tocar a Jesús, «porque salía de él una fuerza que sanaba a todos» (Lc 6, 19). Aprendamos a repetir con amor el santo nombre de Jesús, sobre todo durante este primer año del trienio de preparación para el gran jubileo del año 2000.

Como es sabido, el año 1997 está dedicado a la reflexión sobre Cristo y, repitiendo el nombre de Jesús con amor lleno de adoración, poniéndolo en el centro de nuestra oración, especialmente litúrgica, haremos nuestra la exhortación del apóstol Pablo: «Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos» (Flp 2, 10).

¡Con qué ternura maternal debió pronunciar el nombre de Jesús la Virgen santísima, a quien contemplamos en la espera del nacimiento de su Hijo! En la oración que la Iglesia le dirige con el Avemaría, ella está asociada a la bendición misma de su Hijo: «Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús». Que María ponga en nuestros labios e imprima en nuestro corazón ese nombre santísimo, del que viene nuestra salvación.


11 de diciembre de 2021

Reflexión de Adviento (III Domingo de Adviento)

A la luz del Evangelio de los Domingos de Adviento, los invitamos a tomar un tiempo para la lectura orante de la Palabra de Dios y dejarnos conducir por un texto específico cada semana. 

Evangelio del III Domingo de Adviento (12 de diciembre 2021, Ciclo C)
Juan 1, 6-8. 19-28

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: “¿Quién eres tú?”. Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: “Yo no soy el Mesías”. “¿Quién eres, entonces?”, le preguntaron: “¿Eres Elías?”. Juan dijo: “No”. “¿Eres el Profeta?”. “Tampoco”, respondió. Ellos insistieron: “¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?”. Y él les dijo: “Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”. Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: “¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”. Juan respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: Él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia”. Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.

Reflexión
Benedicto XVI, (Homilía del 2/12/2006)

 "Anunciad a todos los pueblos y decidles:  Mirad, Dios viene, nuestro Salvador". Al inicio de un nuevo ciclo anual, la liturgia invita a la Iglesia a renovar su anuncio a todos los pueblos y lo resume en dos palabras:  "Dios viene". Esta expresión tan sintética contiene una fuerza de sugestión siempre nueva.

Detengámonos un momento a reflexionar:  no usa el pasado —Dios ha venido— ni el futuro, —Dios vendrá—, sino el presente:  "Dios viene". Como podemos comprobar, se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que se realiza siempre:  está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá también en el futuro. En todo momento "Dios viene".
El verbo "venir" se presenta como un verbo "teológico", incluso "teologal", porque dice algo que atañe a la naturaleza misma de Dios. Por tanto, anunciar que "Dios viene" significa anunciar simplemente a Dios mismo, a través de uno de sus rasgos esenciales y característicos:  es el Dios-que-viene.

El Adviento invita a los creyentes a tomar conciencia de esta verdad y a actuar coherentemente. Resuena como un llamamiento saludable que se repite con el paso de los días, de las semanas, de los meses:  Despierta. Recuerda que Dios viene. No ayer, no mañana, sino hoy, ahora. El único verdadero Dios, "el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob" no es un Dios que está en el cielo, desinteresándose de nosotros y de nuestra historia, sino que es el Dios-que-viene.
Es un Padre que nunca deja de pensar en nosotros y, respetando totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros y visitarnos; quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Viene porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos.

Los Padres de la Iglesia explican que la "venida" de Dios —continua y, por decirlo así, connatural con su mismo ser— se concentra en las dos principales venidas de Cristo, la de su encarnación y la de su vuelta gloriosa al fin de la historia (cf. San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 15, 1:  PG 33, 870). El tiempo de Adviento se desarrolla entre estos dos polos. En los primeros días se subraya la espera de la última venida del Señor, como lo demuestran también los textos de la celebración vespertina de hoy.


En cambio, al acercarse la Navidad, prevalecerá la memoria del acontecimiento de Belén, para reconocer en él la "plenitud del tiempo". Entre estas dos venidas, "manifiestas", hay una tercera, que san Bernardo llama "intermedia" y "oculta":  se realiza en el alma de los creyentes y es una especie de "puente" entre la primera y la última. "En la primera —escribe san Bernardo—, Cristo fue nuestra redención; en la última se manifestará como nuestra vida; en esta es nuestro descanso y nuestro consuelo" (Discurso 5 sobre el Adviento, 1).

Para la venida de Cristo que podríamos llamar "encarnación espiritual", el arquetipo siempre es María. Como la Virgen Madre llevó en su corazón al Verbo hecho carne, así cada una de las almas y toda la Iglesia están llamadas, en su peregrinación terrena, a esperar a Cristo que viene, y a acogerlo con fe y amor siempre renovados.

7 de diciembre de 2021

Nuestra Señora que desata los nudos

En este gran día de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, celebramos también la advocación de nuestra Señora que desata los nudos. En esta advocación es representada como la Inmaculada, por ello su fiesta es también el 8 de diciembre. Esta imagen, surgida en 1700 en Alemania y traída a la Argentina en los años 90 por el entonces Padre Jorge Mario Bergoglio (hoy papa Francisco), cumple hoy, 8 de diciembre de 2021, 25 años de presencia en la parroquia de san José del Talar en el barrio porteño de Agronomía. Los invitamos a conocer su historia, devoción y pedirle por todas nuestras necesidades a la Virgen Santísima, María que desata los nudos.

Significado del nombre y la simbología del nudo

Nos dice san Ireneo de Lyon (180 dC) en "Contra las herejías": "El nudo de la desobediencia de Eva se desató por la obediencia de María, pues lo que Eva ató por su incredulidad, la Virgen María lo desató por su fe". Los nudos que María desata son una representación o símbolo de las consecuencias del pecado original y de nuestros propios pecados personales. Ella, como Madre nuestra, los toma entre sus manos y los va desatando, va resolviendo por su intercesión, su "omnipotencia suplicante" (es decir, María intercediendo por nosotros ante Dios puede conseguirlo todo), cada uno de aquellos problemas, situaciones que le presentamos y ponemos en sus manos maternas. Es por esta razón que tantos matrimonios y familias piden su intercesión en sus conflictos y necesidades particulares.

Simbología del cuadro

La figura central de todo el cuadro es María, representada como la Mujer del Apocalipsis, en el capítulo  12: "Apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. 
Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz". En la imagen, María está vestida del sol (representada en la luz alrededor de Ella), tiene la luna bajo sus pies y una corona de 12 estrellas que representan a los 12 apóstoles y que indica que es Madre de la Iglesia. Está embarazada de Jesús, ya que vemos que hay una cinta alrededor de su vientre. María pisa la serpiente, lo cual fue profetizado en el Génesis: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón" (Gn. 3, 15). Recuerda el triunfo definitivo de Cristo, al que está unida la Santísima Virgen, sobre el pecado y la muerte. Gracias a la redención de Cristo y a la colaboración de María en en plan de salvación, todos los hombres y mujeres tenemos acceso al Cielo, hemos sido salvados.

En la imagen está representada toda la Santísima Trinidad: arriba, la paloma que simboliza al Espíritu Santo (cfr. Lc. 3, 22), la luz que representa a Dios Padre y Jesús que está dentro del vientre de María, el Verbo hecho carne. 

A su izquierda se encuentra san Miguel arcángel entregándole una cinta llena de nudos, que simbolizan los problemas, pecados, sufrimientos, conflictos y necesidades de sus hijos en la tierra. Ella, con amor materno y delicadeza los va desatando con un rostro que nos muestra su quietud y tranquilidad, no se encuentra inactiva, sino que con la confianza en el poder de Dios ella intercede por nosotros y desata los nudos que el arcángel le presenta. La cinta, al pasar por su vientre materno donde está Jesús, el Verbo de Dios hecho carne, se vuelve completamente lisa y cae en las manos del arcángel san Gabriel, el cual mira a quien contempla el cuadro, demostrándole el poder de Dios a través de María. Debajo de la escena, en la oscuridad, se ve la imagen del arcángel san Rafael guiando al joven Tobías (ver el libro de Tobías del Antiguo Testamento). La presencia de los tres arcángeles y la multitud de ángeles y querubines que rodean a la Virgen María reflejan cómo estos seres espirituales interceden por nosotros, nos protegen del mal y nos ayudan a amar y servir mejor a Dios.

Origen y difusión
Este cuadro data de los años 1700, obra de  Johann Melchior Georg Schmittdner y se encuentra en la iglesia de San Pedro en Perlach. Fue allí donde en los años 80 el entonces padre Jorge Mario Bergoglio conoció la devoción, mientras estudiaba sobre la obra del teólogo Romano Guardini. El padre Bergoglio trajo entonces algunas estampas de la advocación y le encargó a una artista plástica, Ana Betta de Berti, que realizara una reproducción de la misma para entronizarla en una capilla de la Universidad del Salvador. Esta imagen era muy querida por Bergoglio, ya que desde entonces mandó a hacer estampas de la misma y las enviaba junto con sus cartas. Incluso, la estampa conmemorativa de su ordenación episcopal en 1992 fue la imagen de la Virgen que desata los nudos.
Imagen de la Virgen en la
Parroquia de San José del Talar

En septiembre de 1996 un grupo de fieles de la parroquia de San José del Talar, en el barrio porteño de Agronomía, que trabajaban cerca del entonces monseñor Bergoglio en la Universidad del Salvador, pidieron al párroco de dicha iglesia, el padre Rodolfo Arroyo si se podía entronizar una réplica de la misma imagen que tenían en la capilla de la universidad. Con la aprobación del Cardenal Antonio Quarracino, arzobispo en ese entonces de Buenos Aires, el 8 de diciembre de 1996 la imagen de nuestra Señora que desata los nudos fue entronizada en dicha parroquia. A partir de ese día muchísimos fieles se han acercado a la imagen para venerarla y confiarle a la Virgen María sus penas y sufrimientos. Se dice que llegaron a ser entre el 8 de diciembre de 1996 y el 8 de enero de 1997 más de 100.000 fieles los que se acercaron a esa pequeña parroquia, atraídos por la nueva advocación mariana. Desde ese momento se ha convertido en un verdadero Santuario Mariano de la arquidiócesis y de todo el país, ya que llegan allí peregrinos de muchas partes de Argentina e incluso del extranjero. Desde este Santuario han salido muchas réplicas de la imagen.

En mayo de 2021, el papa Francisco convocó a toda la Iglesia a rezar diariamente el santo Rosario por el fin de la pandemia. Miles de fieles se unieron en todo el mundo a los Santuarios Marianos que cada día rezaban por diferentes intenciones. El 31 de mayo, en los jardines vaticanos, el santo Padre clausuró el mes de mayo rezando el rosario frente a un cuadro de esta advocación, nuestra Señora que desata los nudos y coronó solemnemente una réplica de esta imagen y rezó la siguiente oración:
Oh, María, tú resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. Nosotros nos encomendamos a ti, salud de los enfermos, que junto a la Cruz quedaste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe. Tú, que sabes desatar los nudos de nuestra existencia y conoces los deseos de nuestro corazón, acude en nuestra ayuda. Estamos seguros de que, como en Caná de Galilea, harás que pueda volver la alegría y la fiesta a nuestras casas después de este momento de prueba. Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a cumplir la voluntad del Padre y hacer aquello que nos pedirá Jesús que ha tomado nuestros sufrimientos y ha cargado nuestros dolores para conducirnos, por medio de la Cruz, a la gloria de la resurrección. Amén.

Siguiendo el ejemplo del papa Francisco, en la Parroquia de San José del Talar, donde se venera esta advocación, el pasado 8 de noviembre de 2021 el Cardenal Mario Poli coronó solemnemente la imagen de nuestra Señora, como preparación para el próximo 8 de diciembre que se cumplirán 25 años de la presencia materna de la Virgen en la parroquia, convertida por el pueblo de Dios en santuario mariano. 

Popularmente esta advocación de María es invocada para pedir especialmente por conflictos matrimoniales y familiares. Son muchos los testimonios de familias y matrimonios que han sido salvados por la intercesión de la Virgen María. También se le pide por los hijos que están con dificultades y adicciones, por problemas económicos y cualquier conflicto o situación difícil, que debemos confiar con amor y confianza en las manos de María, para que ella lo tome y lo presente al Corazón de Jesús, que todo lo puede.

La imagen de María coronada como Reina.


Oración a nuestra Señora que desata los nudos

Santa María, llena de la presencia de Dios, durante los días de tu vida aceptaste con toda humildad la voluntad del Padre y el maligno nunca fue capaz de enredarte con sus confusiones. Ya junto a tu Hijo intercediste por nuestras dificultades y, con toda sencillez y paciencia, nos diste ejemplo de cómo desenredar la madeja de nuestras vidas. Al quedarte para siempre como Madre nuestra, pones en orden y haces más claros los lazos que nos unen al Señor.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, vos que con Corazón materno desatas los nudos que entorpecen nuestras vidas, te pedimos que nos recibas en tus manos y que nos libres de las ataduras y confusiones con que nos hostiga el que es nuestro enemigo. Por tu gracia, por tu intercesión, con tu ejemplo, líbranos de todo mal, Señora nuestra y desata los nudos que impiden que nos unamos a Dios para que, libres de toda confusión y error, lo hallemos en todas las cosas, tengamos en Él puestos nuestros corazones y podamos servirle siempre en nuestros hermanos. Amén. 

Los invitamos a rezar la novena a Nuestra Señora que desata los nudos, el siguiente librito virtual es un regalo nuestro para nuestra Señora en su 25º aniversario de la llegada de su imagen a Buenos Aires:

4 de diciembre de 2021

Reflexión de Adviento (II Domingo de Adviento)

A la luz del Evangelio de los Domingos de Adviento, los invitamos a tomar un tiempo para la lectura orante de la Palabra de Dios y dejarnos conducir por un texto específico cada semana. 

 Evangelio del II Domingo de Adviento (5 de diciembre 2021, Ciclo C)
(Lucas 3, 1-6)

El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: 
Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos. Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios.

Reflexión
(del siervo de Dios Padre Luis María Etcheverry Boneo)

Consejos de Juan Bautista para vivir el Adviento

 Ya no se trata de preparar la tierra para acoger la buena semilla, sino de preparar un camino para que pueda, llegar a nuestra alma Jesús.
En el Adviento, la Iglesia nos pone la figura de san Juan Bautista, y con él otra nueva imagen. Ya no se trata de preparar una tierra capaz de acoger adecuadamente la buena semilla: se trata de preparar un camino para que pueda, por él, llegar a nuestra alma la Persona adorable del Señor.

Son cuatro las órdenes, los consejos o las consignas que san Juan Bautista -y la Iglesia con él- nos da:

La primera consigna de san Juan el Bautista es bajar los montes: todo monte y toda colina sea humillada, sea volteada, bajada, desmoronada. Y cada uno tiene que tomar esto con mucha seriedad y ver de qué manera y en qué forma ese orgullo -que todos tenemos- está en la propia alma y está con mayor prestancia, para tratar en el Adviento -con la ayuda de la gracia que hemos de pedir-, de reducirlo, moderarlo, vencerlo, ojalá suprimirlo en cuanto sea posible, a ese orgullo que obstaculizaría el descenso fructífero del Señor a nosotros.

En segundo lugar, Juan el Bautista nos habla de enderezar los senderos. Es la consigna más importante: Yo soy una voz que grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Y aquí tenemos, entonces, el llamado también obligatorio a la rectitud, es decir, a querer sincera y prácticamente sólo el bien, sólo lo que está bien, lo que es bueno, lo que quiere Dios, lo que es conforme con la ley de Dios o con la voluntad de Dios según nos conste de cualquier manera, lo que significa imitarlo a Jesús y darle gusto a El, aquello que se hace escuchando la voz interior del Espíritu Santo y de nuestra conciencia manejada por Él.

A cada uno corresponde en este momento ver qué es lo que hay que enderezar en la propia conducta, pero sobre todo en la propia actitud interior para que Jesucristo Nuestro Señor, viendo claramente nuestra buena voluntad y viéndonos humildes, esté dispuesto a venir a nuestro interior con plenitud, o por lo menos con abundancia de gracias.

El tercer aspecto del mensaje de san Juan el Bautista se refiere a hacer planos los caminos abruptos, los que tienen piedras o espinas, los que punzan los pies de los caminantes, los que impiden el camino tranquilo, sin dificultad. Y ese llamado hace referencia a la necesidad de ser para nuestro prójimo, precisamente, camino fácil y no obstáculo para su virtud y para su progreso espiritual: quitar de nosotros todo aquello que molesta al prójimo, que lo escandaliza, que lo irrita o que le dificulta de cualquier manera el poder marchar, directa o indirectamente, hacia el cielo.

El cuarto elemento del mensaje de san Juan Bautista es el de llenar toda hondonada, todo abismo, todo vacío. Los caminos no sólo se construyen bajando los montes excesivos, ni sólo enderezando los senderos torcidos, o allanando los caminos que tengan piedras: también llenando las hondonadas o cubriendo las ausencias. Este mensaje se refiere a la necesidad de llenar nuestras manos y nuestra conciencia con méritos, con oraciones, con obras buenas -como hicieron los Reyes Magos y los pastores- para poder acoger a Jesucristo con algo que le dé gusto; no sólo con la ausencia de obstáculos o de cosas que lo molesten, no sólo con ausencia de orgullo o con ausencia de falta de rectitud o de dificultades en nuestra conducta para con el prójimo, sino también positivamente con la construcción: con nuestras oraciones y con nuestras buenas obras y un pequeño -al menos- caudal, capital de méritos, que dé gusto al Señor cuando venga y que podamos depositar a sus pies.

El Adviento, además de la conmemoración y el sentido del Antiguo Testamento -de la tierra que espera la buena semilla-, además de la figura límite entre el Antiguo Testamento y el Nuevo -san Juan Bautista-, este Tiempo nos acerca más al Señor por aquélla que, en definitiva, fue quien nos entregó a Jesucristo: la Virgen. No sólo en el hemisferio sur entramos al Adviento por la puerta del Mes de María, sino que en toda la Iglesia se entra al Adviento por la fiesta de la Inmaculada Concepción.

Y la Inmaculada Concepción significa dos cosas: por una parte, ausencia de pecado original y, por otra, ausencia de pecado para y por la plenitud de la gracia. La Virgen fue eximida del pecado original y de las consecuencias del pecado original que en el orden moral fundamentalmente es la concupiscencia, es decir, la rebelión de las pasiones, la falta de orden dentro de nuestra persona, el rechazo que nuestra materia y nuestros apetitos indómitos oponen a la reyecía de la voluntad y de la razón iluminadas por la fe, por la esperanza y por la caridad; iluminadas y encendidas y sostenidas por la gracia. La Virgen, preservada del pecado original en el momento mismo de su concepción y liberada de todo obstáculo, tuvo el alma plenamente capacitada desde el primer instante para recibir la plenitud de la gracia de Jesucristo.

Por lo tanto su fiesta de la Inmaculada Concepción, con ese carácter sacramental que tienen todas las fiestas de la Iglesia, ese carácter de signo que enseña y de signo eficaz que produce lo que enseña, nos trae la gracia de liberarnos del pecado y de vencer, de moderar, de sujetar en nosotros las pasiones sueltas por la concupiscencia, a los efectos de que nos pueda llegar plenamente la gracia; y naturalmente, si estamos en Adviento, para que pueda venir la gracia del nacimiento de Jesucristo místicamente a nuestra alma, el día de Navidad.

Por lo tanto, unamos a toda la ayuda que nos pueden prestar los patriarcas del Antiguo Testamento que desde el cielo ruegan por nosotros (ellos que tanto pidieron la venida del Mesías), unamos a la intercesión y a la figura sacramental de san Juan Bautista, unamos por encima de ellos la presencia de la Santísima Virgen en su fiesta el 8 de diciembre y en todo este tiempo, pidiendo bien concretamente el poder liberarnos del pecado, de todo lo que en nosotros haya de orgullo, de falta de rectitud, de falta de caridad con el prójimo, de ausencia de virtud; liberarnos de todo ello para que, cuando venga Jesucristo el día de Navidad, no encuentre en nosotros ningún obstáculo a sus intenciones de llenar nuestra alma con su gracia.

La perspectiva de un nuevo nacimiento del Señor, en nosotros y en el mundo tan necesitado de Él, tiene que ser objeto de una preocupación, de todo un conjunto de sentimientos y de actos de voluntad que estén polarizados por el deseo de poner de nuestra parte todo lo que podamos, para que el Señor venga lo más plenamente posible sobre cada uno y sobre el mundo.

Y si esto vale siempre, se hace más exigente en las circunstancias del mundo presente que desvirtúa precisamente lo que Jesucristo trajo con su nacimiento. ¡Qué necesario es que pongamos todo de nuestra parte para que Jesús venga a nosotros con renovada fuerza el día de Navidad y, a través nuestro, sobre las personas que están cerca, sobre la Iglesia y sobre el mundo!

Quedémonos en espíritu de oración, fomentando en nuestro interior el deseo de que las cosas ocurran según las intenciones y los deseos del mismo Señor.

El Adviento es una época muy linda del año. Después de las fiestas de Navidad y de Pascua, quizá es la más linda, porque es una época de total esperanza, de seguridad alegre y confiada. En ese sentido nuestro Adviento es más lindo que el del Antiguo Testamento: se esperaba lo que todavía no había venido, en cambio nosotros sabemos que el Señor ya ha venido sobre el mundo, sobre la Iglesia, sobre cada uno y entonces tenemos mucho más apoyo para nuestra seguridad de que ha de venir nuevamente, a perfeccionar lo ya iniciado.

Por otra parte, esa presencia del Señor en la Iglesia y en nosotros nos ha hecho ir conociendo a Jesús, amándolo y tratándolo con confianza; por tanto, este esperar su nuevo nacimiento tiene que ser mucho más dulce, mucho más suave, mucho más seguro, mucho más esperanzado (con el doble elemento de seguridad y alegría de la esperanza) que lo que fue la espera de los hombres y mujeres del Antiguo Testamento.

Quedémonos, pues, unidos con Jesús, conversemos sobre estos temas, preguntémosle qué nos sugiere a cada uno en particular para que podamos, desde el comienzo, vivir el Adviento del modo más conducente para obtener la plenitud de Navidad que Él sin duda quiere darnos.