11 de agosto de 2020

Asunción de la Virgen al Cielo - ¡Consagración de nuestra muerte al Inmaculado Corazón de María!


El próximo 15 de agosto celebraremos con toda la Iglesia la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo. ¿Qué es lo que celebramos? "la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste" (Pío XII, Munificentissimus Deus, #44). Creemos, como dogma de Fe, que nuestra Madre Santísima vive en el Cielo en Cuerpo y Alma, siendo Ella la primera redimida por la Sangre de Jesús. Ella fue concebida sin pecado, fue siempre Virgen, Madre de Dios hecho hombre y, una vez terminada su vida terrenal, su Hijo Jesús la elevó al Cielo en Cuerpo y Alma.

¿Qué relación tiene esto con nuestra Fe? El papa Benedicto XVI nos explica el 15 de agosto 2012: "[...] ahora nos preguntamos: ¿qué da a nuestro camino, a nuestra vida, la Asunción de María? La primera respuesta es: en la Asunción vemos que en Dios hay espacio para el hombre; Dios mismo es la casa con muchas moradas de la que habla Jesús (cf. Jn 14, 2); Dios es la casa del hombre, en Dios hay espacio de Dios. Y María, uniéndose a Dios, unida a él, no se aleja de nosotros, no va a una galaxia desconocida; quien va a Dios, se acerca, porque Dios está cerca de todos nosotros, y María, unida a Dios, participa de la presencia de Dios, está muy cerca de nosotros, de cada uno de nosotros. Hay unas hermosas palabras de san Gregorio Magno sobre san Benito que podemos aplicar también a María: san Gregorio Magno dice que el corazón de san Benito se hizo tan grande que toda la creación podía entrar en él. Esto vale mucho más para María: María, unida totalmente a Dios, tiene un corazón tan grande que toda la creación puede entrar en él, y los ex-votos en todas las partes de la tierra lo demuestran. María está cerca, puede escuchar, puede ayudar, está cerca de todos nosotros. En Dios hay espacio para el hombre, y Dios está cerca, y María, unida a Dios, está muy cerca, tiene el corazón tan grande como el corazón de Dios".

En este día, consagremos nuestra muerte al Corazón Inmaculado de María. Para ello, sor Emmanuel Maillard (cb) nos explicó cómo hacerlo en el boletín "Children of Medjugorje" de noviembre de 2015:

«Habitar plenamente en el seno de la Madre de Dios significa abolir todo miedo a la muerte, todo temor a este misterioso nacimiento que nos está prometido. Toda buena madre prepara el nacimiento de su hijo con infinito cuidado, con inconmensurable ternura. ¡Cuánto más la Virgen María! Ella nos dice: “No, queridos hijos, ¡ustedes no saben celebrar la muerte de sus seres queridos de manera correcta! Tendrían que festejar la muerte de sus allegados con alegría, con la misma alegría que experimentan ante el nacimiento de un niño”. Pero en nuestro mundo enfrascado en la niebla del materialismo hemos perdido la perspectiva final de nuestras vidas. Muchas veces la muerte es para nosotros como si fuera una partida sin retorno, una destrucción sin piedad, un muro fatal; cuando en lugar de un muro es una puerta, puerta que finalmente se nos abre a la vida para la cual fuimos creados. Es por ello que, como apóstoles de la Virgen María, les propongo que consagremos nuestra muerte a su Corazón Inmaculado y al Corazón de Jesús a fin de que aquel momento crucial de nuestra existencia ya le pertenezca plenamente a Dios por las manos de María. Podemos proceder en 4 etapas:

A- Podemos desde ahora agradecer a Dios por el momento que ha elegido para llevarnos a Él. Cualquiera sea aquel momento, mañana o dentro de 50 años, digámosle que confiamos que Él ha elegido el mejor momento para nosotros, en cuanto a nuestra eternidad. B- Demos un paso más y agradezcámosle por la manera que ha elegido para llevarnos con Él. ¡No nos hagamos ninguna película de aquel momento! ¡Sufriríamos por anticipado por algo que seguramente no sucederá de esa manera! Por el contrario, acallemos nuestra imaginación en un acto de total abandono entre las manos de Aquel que sabe tanto mejor que nosotros lo que necesitamos. C- Pasemos a la etapa siguiente y agradezcamos a Dios por el momento que ha elegido para llevar junto a Él a la persona que nos es más querida. ¿Mañana? ¿Dentro de 50 años? Bendigámoslo, porque esta elección divina es lo mejor para aquella persona, para su felicidad eterna. En este caso, nuestra gran confianza en Dios se nutre en el abandono a su santa voluntad de amor. D- Finalmente agradezcamos a Dios por la forma que ha elegido para tomar consigo a ese ser querido. Para esta entrega se necesita un profundo trabajo interior porque podemos encontrarnos con fuertes resistencias. Aprovechemos la ocasión para lanzarnos con la confianza de un niño en los brazos del Padre. Esto puede demandarnos tiempo, pero con la gracia de Dios y una fe viva, terminaremos por dar nuestro SÍ. Y el gran regalo que se derivará de ese SÍ, de ese abandono confiado en los planes divinos, será la sanación de nuestros temores, de nuestras angustias ante la muerte. Estando entre las manos del Padre que tanto nos ama, ¿cómo podría paralizarnos el miedo?, ¿cómo podría la angustia apoderarse de nosotros? Si Jesús cargó sobre sí todos nuestros agobios en Getsemaní, fue precisamente para liberarnos de ellos».

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