Breve biografía de santa Josefina Bakhita
De su nacimiento se conoce realmente muy poco, se cree que nació en el pueblo de Olgossa en Darfur, Sudán alrededor del año 1869. Su familia estaba compuesta por sus padres, tres hermanos y dos hermanas, una de ellas era su gemela. Esta hermana gemela suya fue secuestrada por negreros, a partir de ese momento sufrieron mucho en su familia.
Un tiempo después, ella misma es secuestrada. Narra ella misma en su autobiografía: "Cuando aproximadamente tenía nueve años, paseaba con una amiga por el campo y vimos de pronto aparecer a dos extranjeros, de los cuales uno le dijo a mi amiga: 'Deja a la niña pequeña ir al bosque a buscarme alguna fruta. Mientras, tú puedes continuar tu camino, te alcanzaremos dentro de poco'. El objetivo de ellos era capturarme, por lo que tenían que alejar a mi amiga para que no pudiera dar la alarma.
Sin sospechar nada obedecí, como siempre hacia. Cuando estaba en el bosque, me percate que las dos personas estaban detrás de mí, y fue cuando uno de ellos me agarró fuertemente y el otro sacó un cuchillo con el cual me amenazó diciéndome: 'Si gritas, morirás! Síguenos!'"
Sus secuestradores le pusieron el nombre de Bakhita, que significa "afortunada". Fue llevada a Obeid y se la vendió a distintos amos en el mercado de esclavos.
Muchas veces intentó liberarse de sus esclavizadores, sufrió muchísimas torturas y humillaciones de parte de ellos. El cuarto amo que tuvo le hizo especiales torturas, por ejemplo, le hizo 114 incisiones y le ponía sal en las heridas, una tortura que ella misma relató en su biografía, diciendo que fue una de las que más le hizo sufrir.
En 1882 fue comprada por un comerciante italiano que la trataba mejor. A los dos años se fue de Sudán y Bakhita pidió acompañarlo a Italia. Una vez allí, Bakhita trabajó en esa casa como niñera. En 1888 la familia decide regresar a Sudán, pero Bakhita quiere quedarse en Italia, junto con la hija de esta familia, junto con quien ingresará al Instituto de las Hermanas de la Caridad de Canossa, en Venecia.
Bakhita aún no conocía a Dios, pero ella reconocía que Dios estaba en su corazón aun sin conocerlo y la había protegido y fortalecido durante las torturas que sufría durante su esclavitud. Es en el Instituto donde la instruyen en las verdades de la Fe. Allí recibió los sacramentos de iniciación cristiana: el bautismo, la Comunión y la confirmación, el día 9 de enero de 1890 por manos del Cardenal de Venecia. Se bautiza con el nombre de Josefina Margarita Bakhita.
Ella misma dijo: "Si volviese a encontrar a aquellos negreros que me raptaron y torturaron, me arrodillaría para besar sus manos porque, si no hubiese sucedido esto, ahora no sería cristiana y religiosa".
La esposa del comerciante regresa de Sudán y desea llevarse a Bakhita y a su hija, pero se niega, con total derecho ya que en Italia la esclavitud es ilegal. La recién bautizada sigue profundizando en su fe e ingresa oficialmente en la Congregación el 7 de diciembre de 1893, con 38 años.
En Venecia tuvo oficios muy humildes: cocinera, limpieza y cuidado de los más necesitados. Tenía reputación de santa en el pueblo, a pesar de no haber hecho prodigios o milagros.
En 1910 su superiora le pide escribir su autobiografía, en 1929 le piden dar públicamente su testimonio, haciéndose muy popular entre la gente. En 1930 se publica su autobiografía y empieza a dar conferencias por Italia.
Su salud se fue debilitando y quedó en silla de ruedas, falleciendo santamente el 8 de febrero de 1947 en Schio. Su funeral fue muy concurrido por personas que la consideraban ya santa.
En 1959 inició su causa de canonización. Fue beatificada en 1992 y canonizada el 1º de octubre de 2000 por san Juan Pablo II.
El Papa Benedicto XVI la propone como ejemplo de esperanza en la Carta encíclica "Spe Salvi"
(salvados en la esperanza), diciendo: "después de los terribles « dueños » de los que había sido propiedad hasta aquel momento, Bakhita llegó a conocer un « dueño » totalmente diferente –que llamó « paron » en el dialecto veneciano que ahora había aprendido–, al Dios vivo, el Dios de Jesucristo. Hasta aquel momento sólo había conocido dueños que la despreciaban y maltrataban o, en el mejor de los casos, la consideraban una esclava útil. Ahora, por el contrario, oía decir que había un « Paron » por encima de todos los dueños, el Señor de todos los señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona. Se enteró de que este Señor también la conocía, que la había creado también a ella; más aún, que la quería. También ella era amada, y precisamente por el « Paron » supremo, ante el cual todos los demás no son más que míseros siervos. Ella era conocida y amada, y era esperada. Incluso más: este Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la esperaba « a la derecha de Dios Padre ». En este momento tuvo « esperanza »; no sólo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza: yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa. A través del conocimiento de esta esperanza ella fue « redimida », ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios; sin esperanza porque estaban sin Dios. Así, cuando se quiso devolverla a Sudán, Bakhita se negó; no estaba dispuesta a que la separaran de nuevo de su « Paron ». El 9 de enero de 1890 recibió el Bautismo, la Confirmación y la primera Comunión de manos del Patriarca de Venecia. El 8 de diciembre de 1896 hizo los votos en Verona, en la Congregación de las hermanas Canosianas, y desde entonces –junto con sus labores en la sacristía y en la portería del claustro– intentó sobre todo, en varios viajes por Italia, exhortar a la misión: sentía el deber de extender la liberación que había recibido mediante el encuentro con el Dios de Jesucristo; que la debían recibir otros, el mayor número posible de personas. La esperanza que en ella había nacido y la había « redimido » no podía guardársela para sí sola; esta esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos".
(salvados en la esperanza), diciendo: "después de los terribles « dueños » de los que había sido propiedad hasta aquel momento, Bakhita llegó a conocer un « dueño » totalmente diferente –que llamó « paron » en el dialecto veneciano que ahora había aprendido–, al Dios vivo, el Dios de Jesucristo. Hasta aquel momento sólo había conocido dueños que la despreciaban y maltrataban o, en el mejor de los casos, la consideraban una esclava útil. Ahora, por el contrario, oía decir que había un « Paron » por encima de todos los dueños, el Señor de todos los señores, y que este Señor es bueno, la bondad en persona. Se enteró de que este Señor también la conocía, que la había creado también a ella; más aún, que la quería. También ella era amada, y precisamente por el « Paron » supremo, ante el cual todos los demás no son más que míseros siervos. Ella era conocida y amada, y era esperada. Incluso más: este Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la esperaba « a la derecha de Dios Padre ». En este momento tuvo « esperanza »; no sólo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza: yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa. A través del conocimiento de esta esperanza ella fue « redimida », ya no se sentía esclava, sino hija libre de Dios. Entendió lo que Pablo quería decir cuando recordó a los Efesios que antes estaban en el mundo sin esperanza y sin Dios; sin esperanza porque estaban sin Dios. Así, cuando se quiso devolverla a Sudán, Bakhita se negó; no estaba dispuesta a que la separaran de nuevo de su « Paron ». El 9 de enero de 1890 recibió el Bautismo, la Confirmación y la primera Comunión de manos del Patriarca de Venecia. El 8 de diciembre de 1896 hizo los votos en Verona, en la Congregación de las hermanas Canosianas, y desde entonces –junto con sus labores en la sacristía y en la portería del claustro– intentó sobre todo, en varios viajes por Italia, exhortar a la misión: sentía el deber de extender la liberación que había recibido mediante el encuentro con el Dios de Jesucristo; que la debían recibir otros, el mayor número posible de personas. La esperanza que en ella había nacido y la había « redimido » no podía guardársela para sí sola; esta esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos".
El Papa Francisco instituyó el 8 de febrero, fiesta litúrgica de santa Josefina Bakhita, de cada año, una Jornada Mundial de Oración contra la Trata de Personas. En el Ángelus del 10 de febrero de 2019 dijo: "
Hace dos días, en el memorial litúrgico de Santa Josefina Bakhita, se celebró la V Jornada mundial contra la trata de personas. El lema de este año es “Juntos contra la trata” [aplausos en la Plaza] – ¡Otra vez! [vuelven a aplaudir] ¡“Juntos contra la trata”! No os olvidéis. Invita a aunar las fuerzas para vencer este reto. Doy las gracias a todos los que luchan en este frente, en particular a tantas religiosas. Lanzo, en especial, un llamamiento a los gobiernos para que enfrenten con decisión las causas de esta plaga y protejan a las víctimas. Pero todos podemos y debemos colaborar denunciando los casos de explotación y esclavitud de hombres, mujeres y niños. La oración es la fuerza que sostiene nuestro compromiso común. Por este motivo, ahora os invito a rezar conmigo la oración a Santa Josefina Bakhita que se ha distribuido en la Plaza. Recemos juntos.
Santa Josefina Bakhita, cuando eras una niña, te vendieron como esclava y tuviste que atravesar dificultades y sufrimientos indecibles.
Una vez liberada de tu esclavitud física, encontraste la verdadera redención en el encuentro con Cristo y su Iglesia.
Santa Josefina Bakhita, ayuda a todos aquellos que están atrapados en la esclavitud.
En su nombre, intercede ante el Dios de la misericordia, para que las cadenas de su cautiverio se rompan.
¡Qué Dios libere a todos aquellos que han sido amenazados, heridos o maltratados por la trata y el tráfico de seres humanos! Brinda alivio a quienes sobreviven a esta esclavitud y enséñales a ver a Jesús como modelo de fe y esperanza para que así puedan curar sus heridas.
Te rogamos que reces e intercedas por todos nosotros: para que no caigamos en la indiferencia, para que abramos los ojos y podamos ver la miseria y las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de su dignidad y libertad y escuchar su grito de ayuda. Amén"
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