18 de febrero de 2021

Santos Francisco y Jacinta de Fátima

 El 20 de febrero la Iglesia celebra la fiesta litúrgica de los santos Jacinta y Francisco Marto, los niños videntes de la Virgen María en Fátima, Portugal, en 1917. 

Francisco nació el 11 de junio de 1908, fue bautizado el 20 de junio. Jacinta nació el 5 de marzo de 1910 y fue bautizada el 19 de ese mes. Los dos nacieron en Aljustrel. Eran los más pequeñitos de una familia de siete hijos. Recibieron desde pequeños la educación cristiana y se hicieron pastores de las ovejas que tenía su familia. Ellos acompañaban a su prima Lucía quien también era pastora. Junto a ella, recibieron las apariciones del Ángel en 1916 y los 13 de cada mes en 1917 de mayo a octubre. Estas experiencias transformaron de forma definitiva las vidas de los santos Francisco y Jacinta, ya que supuso un cambio de costumbres, de pensamiento, de amar. Cada uno de los dos lo hará de manera distinta. 

Por parte de Jacinta, la visión del infierno la hace pensar en los pecadores, a quienes quiere convertir y ofrece permanentemente oraciones y sacrificios, como pidieron el Ángel y la Virgen María, por su conversión. También lo hace por el Santo Padre, “el Obispo vestido de blanco”, que ven en la visión del ‘tercer secreto’.  Ofreció también su enfermedad y confió a Lucía: “Sufro mucho, pero lo ofrezco todo por la conversión de los pecadores,
para reparar el Inmaculado Corazón de María y también por el Santo Padre
” y antes de morir dijo: “En el Cielo amaré mucho a Jesús y al Inmaculado Corazón de María”. Según cuenta Lucía, Jacinta recibió apariciones y mensajes por parte de la Virgen posteriores a las de 1917 que contenían algunas advertencias y pedidos específicos. En ellos hace referencia a las modas, a la Iglesia y a la paz mundial. 

Por otra parte, Francisco estaba constantemente dedicado a consolar a Nuestro Señor Jesucristo, a “Jesús escondido” como llamaban a la Eucaristía los pequeños de Fátima. La Santísima Virgen María le pidió a Francisco que “rezara muchos rosarios”, para poder ir al Cielo. Él decía a su prima Lucía: “Me gusta mucho más consolar al Señor. ¿No viste cómo la Virgen, el último mes, se puso tan triste cuando dijo que no ofendieran a Dios, nuestro Señor, que ya estaba muy ofendido? Yo quiero consolar al Señor y después convertir a los pecadores, para que no lo ofendan más”. Rezaba constantemente y mucho en la solead del monte, donde acompañaba a ‘Jesús escondido’ en el Sagrario de la Parroquia de Fátima.

Tanto Francisco como Jacinta contrajeron la gripe española. Francisco murió santamente el 4 de abril de 1919 por la noche, con apenas 10 años, ofreciendo su enfermedad para consolar a Jesús.  Jacinta falleció el 20 de febrero de 1920 con 9 años. 

En el año 2000, el 13 de mayo, el Papa San Juan Pablo II beatificó a los pastorcitos, en presencia de la Hna. Lucía de Fátima. 17 años después, en el Centenario de las Apariciones de la Virgen María en Fátima, el Papa Francisco canonizó a los pequeños videntes.


Extractos de la homilía de San Juan Pablo II en la beatificación de Francisco y Jacinta

"Lo que más impresionaba y absorbía al (san) beato Francisco era Dios en esa luz inmensa que había penetrado en lo más íntimo de los tres. Además sólo a él Dios se dio a conocer "muy triste", como decía. Una noche, su padre lo oyó sollozar y le preguntó por qué lloraba; el hijo le respondió: "Pensaba en Jesús, que está muy triste a causa de los pecados que se cometen contra él". Vive movido por el único deseo -que expresa muy bien el modo de pensar de los niños- de "consolar y dar alegría a Jesús".

En su vida se produce una transformación que podríamos llamar radical; una transformación ciertamente no común en los niños de su edad. Se entrega a una vida espiritual intensa, que se traduce en una oración asidua y ferviente y llega a una verdadera forma de unión mística con el Señor. Esto mismo lo lleva a una progresiva purificación del espíritu, a través de la renuncia a los propios gustos e incluso a los juegos inocentes de los niños.

Soportó los grandes sufrimientos de la enfermedad que lo llevó a la muerte, sin quejarse nunca. Todo le parecía poco para consolar a Jesús; murió con una sonrisa en los labios. En el pequeño Francisco era grande el deseo de reparar las ofensas de los pecadores, esforzándose por ser bueno y ofreciendo sacrificios y oraciones. Y Jacinta, su hermana, casi dos años menor que él, vivía animada por los mismos sentimientos".

"La pequeña Jacinta sintió y vivió como suya esta aflicción de la Virgen, ofreciéndose heroicamente como víctima por los pecadores. Un día -cuando tanto ella como Francisco ya habían contraído la enfermedad que los obligaba a estar en cama- la Virgen María fue a visitarlos a su casa, como cuenta la pequeña: "Nuestra Señora vino a vernos, y dijo que muy pronto volvería a buscar a Francisco para llevarlo al cielo. Y a mí me preguntó si aún quería convertir a más pecadores. Le dije que sí". Y, al acercarse el momento de la muerte de Francisco, Jacinta le recomienda: "Da muchos saludos de mi parte a nuestro Señor y a nuestra Señora, y diles que estoy dispuesta a sufrir todo lo que quieran con tal de convertir a los pecadores". Jacinta se había quedado tan impresionada con la visión del infierno, durante la aparición del 13 de julio, que todas las mortificaciones y penitencias le parecían pocas con tal de salvar a los pecadores.

Jacinta bien podía exclamar con san Pablo: "Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). El domingo pasado, en el Coliseo de Roma, conmemoramos a numerosos testigos de la fe del siglo XX, recordando las tribulaciones que sufrieron, mediante algunos significativos testimonios que nos han dejado. Una multitud incalculable de valientes testigos de la fe nos ha legado una herencia valiosa, que debe permanecer viva en el tercer milenio. Aquí, en Fátima, donde se anunciaron estos tiempos de tribulación y nuestra Señora pidió oración y penitencia para abreviarlos, quiero hoy dar gracias al cielo por la fuerza del testimonio que se manifestó en todas esas vidas. Y deseo, una vez más, celebrar la bondad que el Señor tuvo conmigo, cuando, herido gravemente aquel 13 de mayo de 1981, fui salvado de la muerte. Expreso mi gratitud también a la beata Jacinta por los sacrificios y oraciones que ofreció por el Santo Padre, a quien había visto en gran sufrimiento." 

"Yo te bendigo, Padre, porque has revelado estas verdades a los pequeños". La alabanza de Jesús reviste hoy la forma solemne de la beatificación de los pastorcitos Francisco y Jacinta. Con este rito, la Iglesia quiere poner en el candelero estas dos velas que Dios encendió para iluminar a la humanidad en sus horas sombrías e inquietas. Quiera Dios que brillen sobre el camino de esta multitud inmensa de peregrinos y de cuantos nos acompañan a través de la radio y la televisión.
Que sean una luz amiga para iluminar a todo Portugal y, de modo especial, a esta diócesis de Leiría-Fátima.

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