El próximo viernes 14 iniciamos la novena para la Solemnidad de Pentecostés, la fiesta de la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y el nacimiento de la Iglesia misionera. Por eso los invitamos a rezar juntos la novena, pidiendo su presencia y su unción sobre nosotros y el mundo entero, suplicando al Señor el nuevo Pentecostés para la Iglesia y el mundo.
Jesús le dijo a la beata Concepción Cabrera de Armida: “Al enviar al mundo un como segundo Pentecostés quiero que arda, quiero que se limpie, ilumine e incendie y purifique con la luz y el fuego del Espíritu Santo. La última etapa del mundo debe señalarse muy especialmente por la efusión de este Santo Espíritu. Quiere reinar en los corazones y en el mundo entero; más que para su gloria, para hacer amar al Padre y dar testimonio de Mí, aunque su gloria es la de toda la Trinidad" y también "El mundo se hunde porque se ha alejado del Espíritu Santo y todos los males que le aquejan tienen su origen en esto. Ahí está el remedio porque Él es el Consolador, el autor de toda gracia, el lazo de unión entre el Padre y el Hijo y el Conciliador por excelencia porque es caridad, es el Amor increado y eterno”
A través de estos nueve días de oración y formación conoceremos al Espíritu Santo, quién es y qué hace en nuestra vida, pidiendo que con su fuerza y su poder renueve nuestras almas, mentes, personalidades para que Cristo viva y reine en nosotros.
Diariamente se publicarán en este blog los días correspondientes de la novena.
Introducción a la novena de Pentecostés
Nos dice san Juan Pablo II en la encíclica “Dominum et vivificantem”, sobre el Espíritu Santo en la Iglesia: “La Iglesia profesa su fe en el Espíritu Santo que es « Señor y dador de vida ». Así lo profesa el Símbolo de la Fe, llamado niceno-constantinopolitano por el nombre de los dos Concilios —Nicea (a. 325) y Constantinopla (a. 381)—, en los que fue formulado o promulgado. En ellos se añade también que el Espíritu Santo « habló por los profetas ». Son palabras que la Iglesia recibe de la fuente misma de su fe, Jesucristo. En efecto, según el Evangelio de Juan, el Espíritu Santo nos es dado con la nueva vida, como anuncia y promete Jesús el día grande de la fiesta de los Tabernáculos: “Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que cree en mí”, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva ». Y el evangelista explica: “Esto decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él ». Es el mismo símil del agua usado por Jesús en su coloquio con la Samaritana, cuando habla de una « fuente de agua que brota para la vida eterna”, y en el coloquio con Nicodemo, cuando anuncia la necesidad de un nuevo nacimiento “de
agua y de Espíritu” para “entrar en el Reino de Dios”.
La Iglesia, por tanto, instruida por la palabra de Cristo, partiendo de la experiencia de Pentecostés y de su historia apostólica, proclama desde el principio su fe en el Espíritu Santo, como aquél que es dador de vida, aquél en el que el inescrutable Dios uno y trino se comunica a los hombres, constituyendo en ellos la fuente de vida eterna”.
“En nuestra época, pues, estamos de nuevo llamados, por la fe siempre antigua y siempre nueva de la Iglesia, a acercarnos al Espíritu Santo que es dador de vida. Nos ayuda a ello y nos estimula también la herencia común con las Iglesias orientales, las cuales han custodiado celosamente las riquezas extraordinarias de las enseñanzas de los Padres sobre el Espíritu Santo. También por esto podemos decir que uno de los acontecimientos eclesiales más importantes de los últimos años ha sido el XVI centenario del I Concilio de Constantinopla, celebrado contemporáneamente en Constantinopla y en Roma en la solemnidad de Pentecostés del 1981. El Espíritu Santo ha sido comprendido mejor en aquella ocasión, mientras se meditaba sobre el misterio de la Iglesia, como aquél que indica los caminos que llevan a la unión de los cristianos, más aún, como la fuente suprema de esta unidad, que proviene de Dios mismo y a la que San Pablo dio una expresión particular con las palabras con que frecuentemente se inicia la liturgia eucarística: « La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros”.
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