El próximo 11 de agosto se celebra la fiesta de santa Filomena, virgen y mártir de los primeros tiempos de la Iglesia. Narraremos brevemente su historia y los invitamos a rezar juntos el triduo pidiendo su poderosa intercesión por nuestras intenciones y necesidades. San Juan María Vianney decía que aquello que santa Filomena pide, Dios no se lo niega.
Aun así, nada en ese momento se sabía de la pequeña mártir. Por eso, durante mucho tiempo los fieles empezaron a rezar a Dios pidiendo que se revelara quién era esta mártir de los primeros tiempos de la Iglesia, según se creía. Entonces fue que varias personas recibieron revelaciones privadas donde la misma santa se les apareció y comunicó su vida, su historia y martirio.
Las revelaciones que fueron más aceptadas (no aprobadas ni declaradas por la Iglesia como las oficiales que narran la vida de santa Filomena), sino que recibieron únicamente el “Imprimátur”, es decir, aprobación para ser impresas y difundidas ya que nada obsta la Fe de la Iglesia en dichas revelaciones, fueron las de la venerable Madre María Luisa de Jesús, religiosa originaria de Nápoles. Éstas revelaciones recibieron de la Santa Sede el Imprimátur el 21 de diciembre de 1883.
Según narra Madre María de Jesús, la santa se le apareció y le dio las siguientes revelaciones:
"Yo soy la hija de un príncipe que gobernaba un pequeño estado de Grecia. Mi madre también era de sangre real. No tenían niños. Eran idólatras y continuamente ofrecían oraciones y sacrificios a sus dioses falsos. Un doctor de Roma llamado Publio -ahora está en el Cielo-, vivía en el palacio al servicio de mi padre. Este doctor profesaba el cristianismo. Viendo la aflicción de mis padres y por un impulso del Espíritu Santo les habló acerca de nuestra fe e incluso les prometió posteridad si consentía en recibir el bautismo. La gracia que acompañaba sus palabras, iluminaron el entendimiento de mis padres y triunfó sobre su voluntad. Se hicieron cristianos por encima de sus voluntades: se hicieron Cristianos y obtuvieron la gran deseada felicidad que Publius les había prometido en premio a su conversión.
Al momento de nacer me pusieron el nombre de Lumena, en alusión a la luz de la fe, de la cual era fruto. El día de mi bautismo me llamaron Filomena, hija de la luz (filia luminis) porque en ese día había nacido a la fe. Mis padres me tenían gran cariño y siempre me tenían con ellos. Fue por eso que me llevaron a Roma, en un viaje que mi padre fue obligado a hacer debido a una guerra injusta.
Yo tenía trece años. Cuando arribamos a la capital nos dirigimos al palacio del emperador y fuimos admitidos para una audiencia. Tan pronto como Dioclesiano me vio fijo los ojos en mi.
El emperador oyó toda la explicación del príncipe, mi padre. Cuando este acabó y no queriendo ser ya más molestado le dijo: “Yo pondré a tu disposición toda la fuerza de mi imperio y te pediré a cambio sólo una cosa, que es, la mano de tu hija”. Mi padre deslumbrado con un honor que no esperaba, accede inmediatamente a la propuesta del emperador y cuando regresamos a nuestra casa, mi padre y mi madre hicieron todo lo posible para inducirme a que cediera a los deseos del emperador y los suyos. Yo lloraba y les decía: "¿Ustedes desean que por el amor de un hombre yo rompa la promesa que he hecho a Jesucristo? Mi virginidad le pertenece a Él y yo ya no puedo disponer de ella". -Pero eres muy joven para ese tipo de compromiso -me decían- y me enviaban las más terribles amenazas para hacerme que aceptara la mano del emperador.
Martirio de santa Filomena.
La gracia de Dios me hizo invencible. Mi padre no pudiendo convencer al Emperador con las razones que alegó para ser dispensado de la promesa que había hecho, fue obligado por Diocleciano a llevarme a su presencia.
Tuve que soportar nuevos ataques de parte de mis padres hasta el punto, que de rodillas ante mi, imploraban con lágrimas en sus ojos, que tuviera piedad de ellos y de mi patria. Mi respuesta fue: No, no, Dios y el voto de virginidad que le he hecho, esta primero que ustedes y mi patria. Mi reino es el Cielo.
Mis palabras los hacía desesperar y me llevaron ante la presencia del emperador, el cual hizo todo lo posible para ganarme con sus atractivas promesas y con sus amenazas, las cuales fueron inútiles. El se puso furioso e, influenciado por el demonio, me mandó a una de las cárceles del palacio donde fui encadenada. Pensando que la vergüenza y el dolor iban a debilitar el valor que mi Divino Esposo me había inspirado. Me venía a ver todos los días y soltaba mis cadenas para que pudiera comer la pequeña porción de pan y agua que recibía como alimento, y después renovaba sus ataques, que si no hubiera sido por la gracia de Dios no hubiera podido resistir.
Yo no cesaba de encomendarme a Jesús y su Santísima Madre.
Las palabras de la Reina de las Vírgenes me dieron nuevamente valor y la visión desapareció, dejando la prisión llena de un perfume celestial.
Lo que se me había anunciado, pronto se realizó. Diocleciano perdiendo todas sus esperanzas de hacerme cumplir la promesa de mi padre, tomó las decisión de torturarme públicamente y el primer tormento era ser flagelada. “Debido a que ella no se avergüenza de preferir a un malhechor, condenado por su mismo pueblo a una muerte infame, en lugar de un emperador como yo, entonces merece que mi justicia la trate a ella como él fue tratado” Ordenó que me quitaran mis vestidos, que fuera atada a una columna y en presencia de un gran número de personas de la corte, hizo que me azotaran con tal violencia, que mi cuerpo se bañó en sangre, y lucía como una sola herida abierta. El tirano pensando que me iba a desmayar y morir, me hizo arrastrar a la prisión para que muriera.
Este milagro obró un maravilloso efecto en un gran número de espectadores que se convirtieron a la fe; pero Diocleciano, lo atribuyó a cierta magia secreta y me arrastraron por las calle de Roma y ordenó que me disparasen una lluvia de flechas; cuando las recibí, mi sangre fluía por todos lados; él ordenó, cuando estaba exhausta y moribunda, que fuera llevada nuevamente al calabozo.
El cielo me honró con un nuevo favor. Entré en un dulce sueño y cuando desperté estaba totalmente curada. El tirano lleno de rabia dijo: " Que sea nuevamente traspasada con flechas afiladas". Otra vez los arqueros doblaron sus arcos, con todas sus fuerzas, pero las flechas se negaron a salir. El Emperador estaba presente y a la vista de esto se llenó de rabia, y diciendo que yo era una maga, pensó que la acción del fuego destruiría este “encantamiento”. Entonces ordenó que las puntas de las flechas fueron calentadas en un horno al rojo vivo y con ellas mandó apuntar nuevamente contra mí. Y esta vez las flechas fueron disparadas, pero éstas, luego de recorrer parte de la distancia que las separaba de mí, tomaron milagrosamente la dirección contraria desde donde habían sido lanzadas y seis arqueros fueron muertos por estas; entonces varios de ellos renunciaron al paganismo y la gente comenzó a rendir público testimonio del poder de Dios que me había protegido. Esto enfureció al tirano, que determinó apresurar mi muerte, ordenando que mi cabeza fuera cortada con un hacha.
Entonces, mi alma voló hacia mi Divino Esposo, el cual me me coronó con la corona de la virginidad y la palma del martirio, y distinguida con esta elección, tengo parte en el gozo de su Divina Presencia. Este día que fue tan feliz para mi por verme entrar en el Gloria, fue un Viernes, y la hora de mi muerte, la tres de la tarde: el mismo día y la misma hora en que el Divino Maestro expiró”.
La devoción y actualidad
La devoción por santa Filomena se expandió en todo el mundo gracias a los grandes prodigios y milagros obrados por su intercesión. Uno de los milagros más conocidos fue el que le hiciera a la futura beata Paulina Jaricot, fundadora de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe. Paulina, luego de peregrinar a la tumba de santa Filomena, solicitó una reliquia de la misma y se dirigió al pueblo de Ars para hablar con san Juan María Vianney, quien recibió la reliquia y se hizo muy devoto de la pequeña mártir. Difundió mucho su devoción y la popularizó grandemente.
Otros santos que tuvieron gran devoción fueron San Pío X, san Damián de Molokai, san Pedro Julián Eymard, beato Pío IX, san Juan Neumann, san Pedro Channel, santa Magdalena Sofía Barat, santa Francisca Javiera Cabrini, san Aníbal María de Francia, san Padre Pío de Pietrelcina, beato Bartolo Longo, y la beata Ana María Taigi.
Fue en 1837 que el Papa Gregorio XVI autorizó que el culto litúrgico a santa Filomena, que en ese entonces era solo una devoción popular. Recibió autorización tanto el Santuario de Mugnano como la parroquia de Ars. Se le otorgó una Misa y Oficio propios para la santa en 1855 con aprobación del papa beato Pío IX. La devoción fue recomendada por los papas León XIII y san Pío X. Aún así, en 1961 con la reforma del Concilio Vaticano II se fueron suprimiendo las fiestas litúrgicas de santos cuya ‘autenticidad’ no pudiera ser probada. Esto no significa que los fieles no puedan venerar a santa Filomena de forma privada y, en los lugares donde la devoción exista y esté arraigada está permitido el culto litúrgico, según esto nos dicen: "El culto litúrgico [universal] se remueve, el culto popular queda sin alteración. Se puede venerar la Santa aún con el honor de celebraciones externas y con la Misa del Común”. Cuando el Obsipo de Misore, Moneñor M. Fernandez, titular de la catedral de Santa Filomena en India, le preguntó a Pablo VI, cómo había que interpretar el decreto del 14 de febrero de 1961, éste le contestó "Siga como antes y no perturbe a los fieles".
Por eso, los fieles pueden venerar de forma privada a santa Filomena y dirigirle sus plegarias y oraciones pidiendo su intercesión.
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